Y ocurrió lo peor. Después de semanas de probar el Google Latitud en mi Blackberry la aplicación se popularizó y se desvirtuó. Fue durante un almuerzo, lo recuerdo claramente, cuando caí en cuenta de los peligros de la aplicación que permite -si el usuario lo acepta en las opciones generales del programa- indicarle a su lista de contactos su ubicación en el mapa con un rango de error, por lo menos en Caracas, de 500 metros.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, no lo puedo dudar. Al comentar las ventajas de la aplicación -en este punto imagínense a un niño de cinco años que le narra a sus padres lo que puede hacer su nuevo juguete- y fantasear con todas las ventajas del Google Latitud, especialmente en un país tan desordenado como Venezuela, una amiga interrumpió mi fantasía tecnológica con una pregunta aterradora: "¿Y con eso puedo saber en dónde está mi Alejandro?". Lo puede jurar, esa interrogante provocó que pasara de ser un niño de cinco años emocionado, a un hombre de 32 años muy preocupado.
Las risas de los otros comensales se dispararon. Yo preferí guardar silencio. Después de unos segundos de duda tuve que ofrecer una respuesta políticamente correcta: "Si él instala la aplicación y la configura para mostrarte su ubicación, efectivamente puedes saber en dónde se encuentra".
Mi respuesta políticamente correcta generó otra duda aún más aterradora: "¿Y yo puedo saber si mi Alejandro está ocultándome su ubicación?". Las risas del resto de comensales volvieron a estallar. No obstante, mientras otros reían mi preocupación aumentaba, por lo que tuve que ofrecer una respuesta aún más política y aun más correcta: "No lo sé".
Por el tipo de trabajo que desarrollo suelo pasar buena parte de mi jornada laboral, al igual que el resto de mis amigos, fuera de la oficina. En la noche de ese fatídico día me tocó seguir presenciando lo que pueden ser los efectos perversos del Google Latitud en manos inescrupulosas: Otra amiga, fanática de la tecnología, se negaba a aceptar a su jefe en la lista de contactos de Google Latitud, su argumento para rechazar la petición era sencillo: "No quiero que sepa en dónde estoy las 24 horas del día". El argumento del jefe también era sencillo: "Sólo quiero probar el programa". Así transcurrió la velada, sin un punto de acuerdo entre ambos. Ignoro si a la fecha mi amiga logró preservar su privacidad o si vía memo el jefe consiguió su objetivo.
Pasaron los días y preferí guardar silencio sobre la aplicación. En secreto disfrutaba de ella, pero sin comentarla con nadie más y sin agregar a otro amigo, conocido o similar en la lista de contactos para seguir probando el programa. Una mañana, en el cafetín de la universidad, ya no tuve ninguna duda del peligro asociado al Google Latitud. Una alumna se acercó a interrumpir mi primer café de la mañana, su rostro reflejaba la preocupación de alguien que llevaba varias horas sin dormir. Imaginé que el tormento de finalizar el semestre sería el causante. No obstante, su pregunta fue aún más demoledora que la de aquel almuerzo: "¿Profe, usted sabe cómo compruebo si mi novio tiene configurado su Google Latitud para mostrarme que está en una ubicación fija y no en su ubicación real?".
Por unos segundos me volví a quedar sin aliento. Mi respuesta trató de ser totalmente técnica: "En las opciones de privacidad del programa puedes definir tres niveles: Que la ubicación se detecte automáticamente, ocultar tu ubicación o seleccionar manualmente una ubicación".
A medida que daba mi explicación técnica los ojos de mi interlocutora se agrandaban y su cara de preocupación se transformaba en el típico rostro de una mujer enfadada. "Entonces es verdad -interrumpió mi monólogo sobre la necesidad de respetar la privacidad de otras personas- anoche se fue para Sawu y configuró el Blackberry para indicarme que estaba en su casa".
Ignoro si la deducción fue correcta. No obstante, de una cosa sí estoy seguro: los celópatas -tanto hombres como mujeres- acaban de encontrar una nueva razón para "disfrutar" de la vida.
Lo reconozco. Es injusto culpar a Google de los temores que he acumulado en las últimas semanas. Antes que se popularizara el Latitud ya existían una infinidad de programas similares que nunca se popularizaron (en las páginas www.mobnotes.comwww.ipoki.com y http://bdnooz.com/lbsn-location-based-social-networking-links/ hay una muestra de ellos). En el caso del Latitud seguramente ocurrirá lo contrario. No dudo que Google logrará vencer el rechazo a estas aplicaciones y convertirá el Latitud en algo común, como sucede hoy en día con el Facebook para Iphone y Blackberry.
Suelo defender la tecnología, siempre y cuando esté bien empleada. Con la proliferación de los Smartphone los padres pueden tener una herramienta única para verificar en dónde se encuentran sus hijos. Incluso, si la aplicación es aceptada en forma masiva, la potencialidad para desarrollar servicios basados en localización es extremadamente interesante. Incluso podríamos estar ante el nacimiento de una tecnología que nos permitirá usar datos de ubicación desde múltiples aplicaciones, con un concepto similar al que se emplea en la plataforma FireEagle de Yahoo, especialmente si se desea desarrollar grupos de negocios basados en información de localización.
No obstante no dejo de preocuparme en el futuro: Aunque la propuesta para preservar la privacidad del Google Latitud es excelente porque está basada en la decisión del usuario de compartir su localización, no todas las dudas se pueden resolver en las opciones de la aplicación: ¿Cómo preservas tu privacidad si te obligan a usar el programa? ¿Cómo te defiendes de un superior que desea tenerte ubicado las 24 horas del día? ¿Cómo le explicas a una novia, esposa, amante -acá poco importa el título- que no vas a instalar el Latitud?, ¿será suficiente decir que la aplicación consume batería y megas del plan de datos para no sentir que el mundo te está observando?
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